En esta obra fotográfica, el paisaje natural trasciende su realidad para convertirse en un escenario onírico donde el tiempo y el espacio parecen suspendidos. Las rocas erosionadas y los sutiles flujos de agua, capturados con una técnica que sugiere movimiento etéreo, evocan una conexión primigenia entre la tierra y el mar. El cielo, teñido de tonos rosados y azules, añade una atmósfera irreal, como si el amanecer y el ocaso se fusionaran en un único instante imposible.
La interacción entre los elementos —las texturas sólidas de la roca y la fluidez casi vaporosa del agua— representa un diálogo entre la permanencia y lo efímero, creando una metáfora visual del ciclo eterno de la naturaleza. La estética del «tropicalismo surrealista» se manifiesta aquí en la forma en que este paraje natural, común y reconocible, es transformado en un lugar de ensueño, cargado de misterio y poesía, donde lo tangible y lo intangible se entremezclan en perfecta armonía.
Este paisaje no solo se observa, sino que se experimenta como una ventana a un mundo paralelo, tropical y surrealista, que desafía nuestra percepción y abre la puerta a la imaginación infinita.